Aprovechamos la presencia de José Ramón Alonso (Valladolid, 1962) en el Evento Jot Down ciencia 2015
para conversar con él sobre autismo, vacunas, el estado actual de la
universidad o el papel de la divulgación científica en nuestra sociedad.
José Ramón es doctor en Neurobiología por la Universidad de Salamanca
(donde también es catedrático de Biología Celular), director general de
Políticas Culturales en la Junta de Castilla y León y comisionado para
la Lengua Española en la Junta de Castilla y León. Además ha escrito
varios libros, mantiene un blog sobre divulgación científica y es
colaborador habitual en páginas como Naukas, Autismo Diario o Jot Down.
En tu blog has escrito un post bastante largo y exhaustivo en el que respondes a los principales argumentos antivacuna.
Este post surge a raíz de una
discusión que tuve unas semanas atrás con parte de mi familia. En ese
momento me di cuenta de que daba por supuesto toda una serie de
conocimientos que me parecían tan evidentes y tan demostrados que me
resultaba sorprendente que hubiera que explicarlos. Pero al contrario,
es importantísimo hablar de ello, hacerlo con respeto y en buen tono y
aclarar las numerosas dudas que tiene la gente en estos momentos sobre
la vacunación. Hay que explicar que las vacunas son uno de los mejores
inventos de la historia de la humanidad y que debemos vacunar a nuestros
hijos. Probablemente no tendría que hacerlo un particular, pero como
servidor público que me considero estoy encantado de hacerlo.
¿Qué te llevó a dedicarte a la ciencia, hubo algún momento en particular o surgió con el tiempo?
Mi vocación nace muy pronto. Mi familia
materna es de médicos de pueblo desde hace varias generaciones y algunos
de mis hermanos también eligieron estudiar medicina, pero yo quería ser
biólogo, lo tenía claro. Leí de chaval una biografía de Santiago Ramón y Cajal que me impactó mucho y siempre supe que quería que ese fuese mi futuro.
En biología hay distintos caminos pero
sabía que me gustaba el laboratorio. Tuve dudas entre cáncer y cerebro,
que eran los dos temas que me apasionaban, pero llegó un catedrático
nuevo que nos abrió las puertas al mundo de las neuronas y decidí que la
neurociencia era lo mío.
Para los recién licenciados: ¿cómo llega alguien a convertirse en catedrático de Biología?
Debería hablar sobre cómo es ahora, que
es lo que puede interesar a los lectores, pero quizá no ha cambiado
tanto. Primero está el tema del expediente, hay que esforzarse por tener
buenas notas en la carrera porque es clave para los primeros pasos, las
primeras becas. Lo segundo es que tiene que ser vocacional, porque es
una labor muy difícil de llevar si te lo tomas como si fuera un trabajo
de oficina. Debes divertirte con el trabajo, usar tu creatividad,
moverte y explorar. Y lo tercero es que tienes que saber lo que quieres,
tienes que tener perspectiva y paciencia y esforzarte por hacer las
cosas cada día un poco mejor para lograr tus objetivos. Supongo que es
una mezcla de constancia, esfuerzo, buenos maestros y un poco de suerte.
En este país estamos en unos momento de
depresión social en el que nos creemos que todo es un desastre, que no
hay posibilidades y que todo está perdido, pero no es así. De hecho, el
mundo es global y la calidad de la ciencia en España es perfectamente
homologable con la de los países más desarrollados. Hay que pensar que
vendrán tiempos mejores.
He vivido en Alemania y en Estados
Unidos varios años y he trabajado periodos cortos en muchos países.
Ahora puede ser un momento de apostar por la movilidad. Pienso que eso
es parte de la ciencia, que es un ámbito de generosidad y de buena
gente. Hay que ver la movilidad internacional no como un sacrificio sino
como una oportunidad de conocer otra cultura, aprender otro idioma y
disfrutar haciendo una ciencia excelente.
Por otro lado, me preocupa enormemente
la situación de los jóvenes científicos españoles, no puede ser que les
abandonemos, que no tengan un futuro. En un momento determinado tuve que
irme porque aquí se me cerraron las puertas, pero pude volver. Este
país no se puede permitir perder a una de las mejores generaciones que
ha tenido jamás. No puede ser que esos que salen fuera no puedan tener
jamás la posibilidad de regresar.
¿Es endogámica la universidad?
Es muy difícil ir por libre. De alguna
manera necesitas un grupo que te apoye en determinadas cosas, pero esto
pasa en todas partes. Esta semana he hecho dos cartas para antiguos
alumnos, no son alumnos a los que les haya dirigido la tesis sino
estudiantes con los que tenía buena relación y de los que guardo un buen
recuerdo. Necesitas esa parte. Os pongo mi ejemplo: en el sistema de
oposiciones que había en mi época mi jefe me dijo que el ejercicio que
tenía que presentar debía tratar sobre plantas. «¡Llevo años trabajando
en neuronas y me dices que haga el ejercicio sobre plantas!», le dije. Y
él, que siempre ha sido más listo que yo, me contestó que sí porque
estaba acostumbrado a trabajar en el área de los tejidos animales, pero
de plantas solo sabía lo que había aprendido en las clases. Significaba
forzarme a trabajar la otra mitad de la asignatura de Citología e
Histología Vegetal y Animal. Habló con un compañero de su antiguo
departamento que trabajaba con plantas para que yo fuese a hacer una
estancia en aquel laboratorio y aprendiese más sobre células y tejidos
vegetales. Eso completó mi formación y me hizo más competitivo, pero
seguramente yo solo no hubiese llegado a esa conclusión ni hubiese
podido formarme tan bien.
Respecto a la parte de la endogamia, lo
malo es si estás promocionando a uno malo por delante de uno bueno. No
soy nada futbolero, pero pongo un ejemplo que la gente entiende:
imagínate que tienes a Messi ahí, en La Masía, un
muchacho de dieciséis años, y nuestro sistema dice que no puede jugar en
el Barcelona, que tiene que irse a jugar en el Real Madrid o en otro
equipo. Los culés se subirían por las paredes, ¿por qué nos obliga a
desprendernos de alguien que nos gusta, que va a mejorar, que ha mamado
nuestros sistemas, que comparte nuestra cultura? Nuestro sistema
universitario dice que hay que fomentar la movilidad, cosa que me parece
bien, y que no puedes concursar en tu propia universidad salvo que
estés tiempo fuera, al menos un año. ¿Qué ha hecho mucha gente? Irse un
año fuera, pero a veces a la universidad de al lado. Respetamos la letra
de la ley pero no su espíritu. Por otro lado es necesario que haya
movilidad, es enriquecedora, es sana. Lo que quiero decir con todo este
rollo es que las escuelas no son la mafia, que necesitamos fomentar la
movilidad y no lo estamos haciendo.
Luego hay cosas que damos por supuestas.
Tenemos muy clara la parte de investigación pero no tenemos tan clara
la parte docente, que es como la hermana pobre. Las universidades son,
ante todo, centros docentes. Lo que les da sentido es que hay
estudiantes. Hay que valorar esa parte y trabajarla y cuidarla más, no
dar por supuesto que cualquiera es capaz de dar clase perfectamente
desde el día uno; eso no es verdad y no sucede en ningún sitio. Las
buenas universidades tendrían que perseguir, cuidar y mimar a alguien
que es un buen docente tanto como al que es un excelente investigador o
al que hace muchas patentes y consigue mucha financiación para la
universidad.
Hablando más concretamente sobre tu
carrera y sobre el autismo, supongo que te darán ganas de darle una
bofetada a más de uno cuando sale con la artimaña de Wakefield en la que
relaciona las vacunas con el autismo.
Bofetadas no, pero me indigno. Yo llegué
al autismo por una casualidad. Trabajo con ratones y en un momento dado
tuvimos unos que perdían células de Purkinje en el cerebelo, un tipo de
neurona. Y me dije: «bueno, ¿esto para qué puede valer?». Sabía que hay
ataxias cerebelares, es decir, gente que se va quedando paralítica por
daños en las células de Purkinje, y ahí abrimos una vía interesante para
trabajar. Pero después encontré un par de artículos realizados con
material de autopsias de personas con autismo en el que se explicaba que
han encontrado que pierden células de Purkinje y que es el único
hallazgo común a muchas personas. A raíz de eso comencé a leer sobre
autismo y descubrí un tema que ahora defino como apasionante pero que en
aquel momento me horrorizó porque ¡había tanta basura, tanto engaño,
tanto sinvergüenza!
Durante un tiempo se le echó la culpa
del autismo a los padres. Imaginaos lo que es tener en casa a un chaval
con una discapacidad para la que no hay una cura y que encima te digan
que es culpa tuya. Esa es una parte de la situación, la ignorancia
peligrosa. Y luego están los estafadores como Wakefield, gente
que promociona una serie de pseudoterapias sin base científica que
cuestan un dineral y que dejan a la gente en una situación terrible
mientras ellos se forran.
Recuerdo a un padre que me llamó porque
estaba haciendo una dieta quelante con su niño y me comentaba que veía
al pequeño mejorar pero que ya no podía pagarlo, que había hipotecado su
casa y ya no sabía qué más podía hacer. Nunca comento diagnósticos ni
tratamientos, pero le dije que todas las investigaciones que se han
hecho al respecto de esta dieta indican que esto no tiene una base y que
no se ha demostrado que tenga efecto. Él, ante esto, me decía: «Ya,
pero el niño mejora». Sin embargo, lo cierto es que en general van
mejorando no por ese tratamiento que le está arruinando, sino porque
cada vez sabemos atenderles mejor y porque en la escuela le van pillado
el tranquillo. Le expliqué que lo que hace la ciencia es coger a cien
niños que siguen un tratamiento, por ejemplo esa dieta, y cien que no lo
están siguiendo. Estos cien sirven de grupo de control, es decir, nos
sirven para comparar los resultados que se dan entre unos y otros.
Entonces es cuando sabemos, con cierta objetividad, si el tratamiento
funciona o no. «Ya, pero es que le han hecho un estudio químico y se ve
que baja la cantidad de metales pesados». Entonces le dije: «¿Le importa
escanearlo y mandarme el estudio?» y resulta que el análisis químico lo
hacía el mismo que le vendía las dietas, el círculo perfecto.
El autismo es un tema que afecta a
muchísimos niños, las cifras impresionan. Es necesario combinar
prudencia y esperanza, pero tengo la sensación de que empezamos a tener
las herramientas que soñábamos y hay muchas piezas que empiezan a
encajar. Si me he implicado tanto es porque científicamente me apasiona y
por solidaridad con esos padres y madres con los que he hablado. Muchas
veces piensan que yo tengo un hijo con autismo y no lo tengo, pero me
pongo en sus zapatos y de verdad que lo que viven en muchos casos es muy
duro. Aunque todos hayamos oído hablar del autismo no hay tanta gente
que lo conozca a fondo, por lo que los padres se encuentran con
dificultades en las escuelas, en los servicios sociales, a veces incluso
en sus propias familias… Al mismo tiempo, también se ven avances, cada
vez más profesionales que saben cómo abordar esta situación, y te das
cuenta de que estamos haciendo una limpia de tonterías, errores y
curanderismos. Existe la necesidad, al igual que decíamos antes con las
vacunas, de que desde la ciencia nos quitemos la jerga y tratemos de
hacer comprensibles los estudios y avances que se están haciendo y
también que nos pongamos las botas de goma y bajemos a las alcantarillas
para decir: «esto que hay aquí es mierda» o «esto puede merecer la pena
y hay que seguir estudiándolo a la luz del día».
El caso de Wakefield es increíble. Hay
gente como él que se aprovecha de ese sentimiento de «por mi hijo hago
lo que sea». Pues claro que sí, es normal que hagas lo que sea y más aún
cuando encima ves que es el más frágil y el más necesitado de ayuda,
pero nosotros los científicos tenemos que plantar cara a estos
desalmados y destapar sus engaños, y debemos acercarnos a las familias,
agarrarles de la mano y decirles: «estamos a vuestro lado y no vamos a
dejar que caigáis en manos de sinvergüenzas». Por tu hijo lo que sea,
pero que sea seguro y eficaz. Y la biomedicina es la que puede decir si
un tratamiento lo es o no lo es.
Está demostrado que la estimulación
temprana en personas con autismo funciona y que es necesaria mucha
psicología y mucha atención. Sin embargo son tratamientos muy caros que
la Seguridad Social no cubre. ¿Qué esperanza hay de que esto mejore y
cómo se puede solucionar?
La respuesta debe darse a todos los
niveles. Por ejemplo, he dado últimamente bastantes charlas a profesores
invitado por el colegio. ¿Por qué? Porque cada vez se encuentran con
más casos de críos con autismo y están preocupados e interesados. Y
estoy convencido de que esos maestros, que no son especialistas, que dan
clases de todo tipo, harán mejor las cosas, ayudarán más a esos niños
con autismo, se sentirán más cómodos y llevarán mejor al conjunto de la
clase porque han aprendido algunas nociones básicas sobre el tema.
Hay que formar a todo el personal
educativo, al personal sanitario, a los de asuntos sociales, eso es una
parte del trabajo, y también hay que formar a las familias. Los amigos
con los que trabajo en el tema del autismo en Salamanca están haciendo
un magnífico trabajo con los pediatras. Es crucial para que no queden
casos sin diagnosticar, porque solo tras el diagnóstico podemos hacer
una atención adecuada. Es crucial también demandar a las autoridades
políticas servicios adecuados porque lo que dices es cierto, la atención
individual, intensa y constante es importante, pero no hay quien pueda
pagarla.
A veces son cosas muy sencillas pero que
tienen un gran impacto. Otra actividad en la que he participado era una
especie de campamentos para hermanos de niños con autismo. Son chavales
que a veces están avergonzados porque sus amigos les dicen algo o se
burlan de ellos o de su hermano. Pero en ese campamento están con
muchachos en su misma situación, comparten sus emociones y dejan de ser
los únicos con esos problemas.
Pienso que todos podemos poner un grano
de arena. También desde la universidad. Hemos tenido en nuestro
instituto de investigación a un chaval con asperger haciendo el máster y
aún siendo conocedores del tema ha sido un esfuerzo. Te tienes que
ajustar en un montón de cosas, y no solo nosotros en el laboratorio,
sino todos los profesores del máster. Pero hemos contado con una persona
que puso la universidad para hacer un seguimiento y apoyar. Estas cosas
son las que me enorgullecen de pertenecer a una universidad pública.
Para la universidad ese muchacho es una ruina pero es lo que tenemos que
hacer, porque somos la enseñanza pública y nuestros valores no son los
del dinero.
Ahora se le denomina trastorno de
espectro autista. ¿Por qué ha cambiado? ¿Es una especie de «cajón de
sastre» como la esquizofrenia?
No. ¿Sabes lo que pasa? Los distintos
neuropediatras y neuropsicólogos que trabajaban en este ámbito
normalmente se ponían de acuerdo fácilmente para decir que esto o
aquello era autismo o algo parecido, pero después resultaba muy difícil
delimitar un diagnóstico más preciso con los criterios existentes, ya
que eran muy diferentes. A raíz de esto se hizo un estudio para definir
cuál era el factor definitorio para recibir un diagnóstico u otro,
asperger, autismo clásico de alto funcionamiento, etc. y lo triste fue
que el dato clave resultó ser a qué especialista se había ido.
Ante esto, los especialistas dijeron:
«Señores, vamos a utilizar una única categoría, trastorno de espectro
autista, y vamos a definirla con un rango de una variabilidad muy grande
—que va desde un buen lenguaje hasta el mutismo total— para así ver
cuáles son los comunes denominadores. Después ya especificaremos las
características individuales de cada caso». Pero claro, una decisión así
tiene sus problemas porque al haber cambiado los parámetros ahora nos
cuesta un poco comparar los resultados anteriores con los actuales,
aunque creo que también está haciendo que sea un sistema mucho más
lógico y que tu diagnóstico no dependa de que hayas ido al especialista A
o al especialista B.
¿Qué te parecen las terapias de corte
psicoanalítico, que intentan dar explicaciones a veces surrealistas a
ciertas acciones? ¿Las has conocido? ¿Funcionan?
Sí, con esto vas conociendo un poco de
todo. Creo que el desprestigio del psicoanálisis va en aumento, entrando
cada vez más claramente en el ámbito de las pseudociencias. En las que
más creo son en las terapias de modificación de conducta, que en mi
opinión son las que producen los cambios más claros. Aún hay mucho
desconocimiento sobre las causas del autismo y esto supone que la vez
hay muchas propuestas de tratamientos. Resulta evidente que entre todas
estas hay muchas cosas que sobran y hay que decir cuáles deben
mantenerse y cuáles no. Creo en la ciencia como sistema de toma de
decisiones. Es decir, hagamos unos grupos control y experimental y
veamos si funcionan o no.
Algo
que se suele pasar por alto cuando se intenta informar sobre el autismo o
el asperger es la orientación a las familias. Tú has escrito un libro a
modo de guía. ¿Qué es lo que les explicas?
Imaginemos la situación: unos padres que
están preocupados porque van pasando las semanas y los meses y algo no
va bien, no encaja. A menudo hay una sucesión de visitas al médico, no
pensemos que vas a la consulta y obtienes un diagnóstico. Aquí no hay un
marcador de modo que te saquen un poco de sangre y te dé un número:
tienes tanto de autismo. Es un proceso, el de las consultas, la búsqueda
de respuestas, que puede resultar muy difícil por lo que hablábamos
antes, porque desgraciadamente hay muchos profesionales que aún no
tienen claras las cosas. En el mejor de los casos les refieren a un
especialista, pero en otros casos toman decisiones de todo tipo: desde
diagnósticos que no tienen nada que ver, a dejar pasar el tiempo. Pero
vamos a suponer que las cosas funcionan bien, se le hace al chaval un
estudio, te dan un diagnóstico y te dicen que tu hijo sufre un trastorno
de espectro autista. Para la familia es un shock. Cuando charlo
con ellos me dicen que tiene una parte buena, y es que ya han llegado al
final de ese camino y saben a qué atenerse. Y también es un nuevo
comienzo. Por otro lado, algunos de ellos también se derrumban porque
tenían esperanzas en que fuese una cosa menor, pasajera, y de repente ya
no pueden seguir, por decirlo de alguna manera, engañándose a sí mismos
o alentando esa esperanza.
Lo que vi es que había una necesidad de
apoyo a las familias porque en esos momentos tienen un montón de
preguntas y están ahí en la consulta con un especialista y no hay mucho
tiempo para aclarar todas las dudas. Aunque si os digo la verdad yo
empecé con esa guía preparándola para mí mismo, quería saber las cosas
fundamentales que se conocían sobre el autismo. Soy ordenado y me dije:
«¿Qué cosas se han dicho sobre las posibles causas?» y «¿qué
tratamientos hay en vigor?». Fui haciendo un cuaderno e iba siguiendo
pistas, leyendo y anotando. Al final todo este material lo estructuré
para que fuese una guía de viaje, para que fuera útil a otras personas.
Hicimos una versión corta, que se puede
descargar gratuitamente en UniDiversidad, y el libro. Sé que en muchos
sitios se lo recomiendan a los padres. Hay algunos mensajes que pueden
parecer muy básicos, como que busquen a las familias de su zona en su
misma situación, es decir a la asociación, porque les van a acoger y les
van a dar un montón de ayuda y apoyo. Y también hay una serie de datos
científicos actualizados. De base se trata de transmitir un mensaje de
ánimo: «A partir de ahora, aunque este sea un golpe duro, las cosas van a
mejorar».
Tras esa guía he seguido trabajando en
una tarea que yo creo que es interesante: como científico estoy al tanto
de qué es lo último que se publica sobre estos temas y lo que hago es
contarlo en español y de una forma sencilla, una traducción de idioma y
de nivel. Veo que es enormemente útil porque las familias y quienes
tienen a su cargo personas con autismo intentan leer sobre el tema,
aprender, encontrar respuestas, pero se pierde con la información
científica especializada que por otro lado es la más importante. Es la
más veraz pero también la más difícil de entender. En el sistema
educativo seguimos apostando por la acumulación de conocimientos cuando
en realidad ya no hace falta, los conocimientos son muy fáciles de
conseguir hoy en día, lo que necesitamos es enseñarles a comprenderlos y
a discriminar si las fuentes son fiables o no. Creo que eso es un
problema de la universidad y tendríamos que hablarlo también.
No sé cómo decirlo, pero al final tu
vida es lo que quieras hacer con ella. Yo dedico mucho tiempo a esto,
pero me alegro de hacerlo. La guía intenta ayudar a las familias a que
lean una cosa sencilla y tengan un mapa de carreteras de lo que hay a su
alrededor para que a partir de ahí, sigan avanzando y no se sientan
solos.
Escribí una vez un pequeño artículo titulado «Cincuenta cosas que le dirías a los padres de un chaval con autismo»
y la respuesta fue espectacular. Había cosas que se te encogía el
corazón al leerlas. Luego vinieron las cincuenta cosas que no les
dirías. ¿Qué les dicen a los padres muy a menudo? Pues cosas como que
eso se soluciona con unos buenos azotes. No, no podemos dejar que eso
pase.
¿En serio?
Continuamente. Un niño con autismo es un
crío que en un parque hace cosas que no encajan y la gente se piensa
que está mal educado. Y el pánico que tienen los padres a que se escape.
Tú les preguntas: «¿Qué hacéis para que no se escape?». Las respuestas
son del tipo: «le escondemos los zapatos», «le saco una foto con el
móvil todas las noches para si se escapa poder enseñar qué pijama
lleva», o «lleva puesta una pulsera con un GPS». Otro contaba: «me da
mucha vergüenza decirlo pero le llevo con una especie de correa». Se te
pone la piel de gallina, pero a continuación te cuentan que una vez el
niño salió corriendo y que estuvieron a punto de atropellarle. Forma
parte de una realidad que no es nada fácil. Las familias hacen un
trabajo durísimo y se sienten a menudo perdidas o solas. Si están en una
ciudad grande que tiene una asociación de padres es una cosa, ¿pero el
que está en un pueblo y es él solo? Y a veces es todo lo contrario:
«vivo en un pueblo pequeño y todos los del pueblo le quieren y están
pendientes de él». No hay nunca una única respuesta ni un único camino.
Escribí otro artículo sobre ir al
supermercado, que es otro tema al que los padres me decían que le tienen
pánico. Siempre es lo mismo: charlas, te cuentan y entonces empiezas a
leer. Así aprendí que para un chaval con autismo el supermercado puede
ser el infierno: luces brillantes, gente apresurada, música estridente…
Puede coger la mayor rabieta del mundo. Frente a eso sigues leyendo,
recopilando información e intentas ofrecer de una forma ordenada algunos
consejos para ir al supermercado.
Además hay consejos creativos que sé que
en algún sitio los han puesto en práctica, como por ejemplo con la
Navidad. La Navidad es la misma tostada que el supermercado: música,
colores, gente a la carrera cargada de paquetes… Pero los padres,
lógicamente, quieren vivirla como una familia más e ir a que los niños
vean al Rey Mago o al Papá Noel de turno. Encontré que en Estados Unidos
una asociación de padres había hablado con el responsable de un
supermercado para que en esa hora en la que cierran el local y están
limpiando los niños con autismo pudiesen celebrar la Navidad. Estaba el
mismo Papá Noel pero sin la música, con las luces atenuadas, sin gente… y
los padres lo contaban llorando. No es gran ciencia, es otra cosa, pero
es algo que merece mucho la pena difundir.
Con el fenómeno Rain Man, la gente relaciona el autismo con el hecho de tener habilidades especiales cuando esto no es lo habitual.
Respecto a Rain Man soy un poco
crítico, y los padres también son críticos de entrada. ¿Por qué? Porque
como tú bien dices se calcula que solo hay un 10% de personas con
autismo que tienen una habilidad especial en algo y esto provoca una
imagen errónea sobre el otro 90%. Aunque, cuando existe, es interesante
porque normalmente no es algo muy práctico. Por ejemplo, conocí a una
niña a la que le pasaba con los caballos y a los padres les ayudaba como
palanca, que es una forma elegante de decir que les servía para
«chantajearla». Te permitía decirle: «Si haces esto tienes derecho a
abrir el libro de los caballos» y con eso la vas educando.
¿Qué te parecen iniciativas de visibilización como el cómic de Miguel Gallardo y su hija María?
Está muy bien que los padres cuenten su
historia, porque es una experiencia real y nos ayuda que nos cuenten su
caso concreto. Esa necesidad de comunicar es importante y que lo hagan
ellos mismos también me gusta mucho.
Aunque intentes no hacerlo parece que
desde la investigación hablas subido a un púlpito, por eso me gusta que
las familias cuenten sus historia, porque hacen cosas maravillosas,
viven situaciones difíciles y son muy veraces. Lo único, la prudencia
necesaria de no generalizar. Es solo un caso. Yo, como ellos, también
pienso eso: «Si has visto a un chaval con autismo solo has visto un
chaval con autismo, no significa que sepas lo que es el autismo».
Veo que le has cogido el gustillo a eso de Otras historias de la neurociencia y ya has escrito El escritor que no sabía leer, El hombre que hablaba con los delfines o La nariz de Charles Darwin.
Parece bastante claro que acabamos entendiendo mejor los conceptos, e
incluso disfrutando más, cuando se explican a través de historias.
Sí. Soy de Castilla y León, donde los
inviernos son muy duros, y hay una imagen tradicional que consiste en
sentarse alrededor de la lumbre, en la cocina, y contar historias,
amenas, divertidas o terroríficas. La gente se sentaba ahí porque era el
único sitio en los pueblos en los que se estaba cómodo en esas horas
sin luz. Asociado a este hecho existe una tradición milenaria de quien
comparte algo que conoció en otro lugar. Mis historias de la
neurociencia a veces buscan emocionar y a veces divertir, pero siempre
intentan enseñar algo. Empecé un poco con este objetivo, quería atraer
más a los alumnos en mis clases, quería buscar ejemplos que les
engancharan y empecé a escribir. Luego quise compartirlo con el que no
tiene una base especializada pero le gusta la cultura, le gusta la
ciencia, tiene ese espíritu abierto. La verdad es que me apasiona,
aprendo mucho y lo disfruto enormemente. Además parece que a la gente le
gustan estos libros de historias de la neurociencia y estoy feliz. No
se me acaban las historias, tengo cientos. Primero porque el cerebro da
mucho juego y hay mucha investigación apasionante, y segundo porque lo
relacionas con ámbitos que son inmensos como la historia, la literatura,
el arte… cosas que también disfruto enormemente.
Una de tus especialices es la plasticidad neuronal y hay investigadores como José María Delgado
que la consideran una teoría reduccionista. ¿Al final acabamos todos
hablando de lo mismo pero desde distintas perspectivas o unos acaban
invalidando a los otros?
La ciencia va avanzando basándose en la
discusión con datos y argumentos. En mi caso la plasticidad neuronal es
algo que veo todos los días. La veo en mi laboratorio cuando miro a
través del microscopio y la veo en la gente. Mi abuela tuvo un ictus y
perdió prácticamente la capacidad de hablar, pero después, poco a poco,
la fue recuperando. Con los ratones trabajo mucho en el olfato, que es
un ámbito magnífico de plasticidad, y es una maravilla ver cómo cambian
los transmisores en cuestión de horas, cómo se reorganiza la propia
estructura cerebral en un adulto. Por lo tanto, no solo no lo considero
reduccionista, sino que creo que es la base de muchos de los procesos
cerebrales y que el cerebro no se puede entender sin la plasticidad
neuronal. Todas las teorías modernas de la memoria se basan en la
plasticidad neuronal. Que alguien, con todo mi respeto a Delgado, que es un investigador formidable, la subestime o la considere una teoría reduccionista… pues no me convence, la verdad.
Parece que Delgado no habla del mismo
concepto de plasticidad neuronal, él lo entiende más como elasticidad,
que es como prefiere llamarla.
En el laboratorio vemos, por ejemplo,
neuronas que cambian su inmunocitoquímica, es decir, que según la
información que les llega cambian los transmisores que expresan; vemos
como algunas zonas del cerebro se apagan… La elasticidad supone volver a
la situación de partida, la plasticidad, cambiar y adoptar nuevas
formas. Me quedo con plasticidad.
También investigas la capacidad del
cerebro para responder de forma flexible frente a lesiones, enfermedades
neurodegenerativas o drogas, por ejemplo. ¿Crees que estamos bien
informados sobre los daños que puede causar en el cerebro el consumo de
drogas?
No. El mayor experto que había en el Reino Unido sobre drogas, David Nutt, un catedrático muy respetado de neurofarmacología, tuvo que dimitir como presidente del ACMD
(Comité Asesor sobre el Mal Uso de Drogas). ¿Y por qué tuvo que
dimitir? Porque en una entrevista como esta que me estáis haciendo él
preguntó al periodista: «Si está usted con un desconocido ¿qué cree que
es más peligroso ponerle delante, un bol lleno de anfetaminas o un bol
de cacahuetes? Cualquier científico sabe que son mucho más arriesgados
los cacahuetes». Él defendía que las drogas deberían clasificarse según
lo dañinas que fueran para la sociedad y que es más dañino el alcohol o
el tabaco que el LSD, el cannabis o el éxtasis. ¡El cirio que se armó!
Tuvo que dimitir. ¿Estamos bien informados? No. Pero no solo a niveles
científicos.
Estuve una vez con un jefe de Estado de
un país centroamericano que me dijo: «La guerra contra las drogas la
hemos perdido y es algo que hay que asumir; cuando te metes en una
guerra, la puedes ganar o la puedes perder. Nosotros tenemos infiltrado
el ejército, la policía, la judicatura, los políticos, las aduanas… Yo
pago a mis policías un sueldo medio de doscientos euros y los
narcotraficantes les pagan dos mil quinientos», y me comentaba que por
esa razón el país se estaba derrumbando, porque todos los sistemas
estatales entran en disolución por esa corrupción. Lo que quiero decir
es que se trata de un tema político, económico, social y científico.
Evidentemente todo esto no lo hablamos y es necesario un debate, y no se
trata del debate de la legalización, sino del debate de qué está
pasando con las drogas en el mundo.
En tu investigación trabajas con
modelos animales. ¿Cómo se debe combatir el desconocimiento en el ámbito
de la experimentación animal?
Con educación, hablando, explicando,
yendo a los medios de comunicación. He vivido en países muy sensibles a
este tema como Estados Unidos o Alemania y lo primero que tienes que
explicar es lo que está en juego y lo segundo son las condiciones del
trabajo con animales. Como sabéis nos movemos con tres normas: reducir,
es decir, usar el mínimo número de animales posible; refinar, que las
técnicas sean las más perfectas posibles y, por último, reemplazar en lo
posible animales por otros modelos, es decir, que si hay cosas que
puedes hacer con un modelo in vitro o en un ordenador en vez de con un
animal pues hacerlo así.
Tenemos que hacer lo posible por
alcanzar los estándares más altos de calidad en la investigación que
hacemos, pero también tenemos que ser exigentes con los requisitos que
lo regulan y contar a la gente por qué lo hacemos. Es importante decir:
«Oye, ¿queréis encontrar algún día la cura para el cáncer? Pues no
sabemos hacerlo si no es probando los nuevos medicamentos en un animal».
Solo ha habido una vez en la historia que no se haya hecho de esa
manera y fueron los nazis, que probaron directamente en personas
saltándose la fase de la investigación con animales. Si queremos algún
día tener una vacuna contra el sida, si queremos que aumente nuestra
esperanza de vida, si queremos curar el alzhéimer o el párkinson,
necesitamos poder hacer buena experimentación con animales. No conocemos
otro camino.
A mis alumnos siempre les pregunto:
«¿Cuál creéis que era la esperanza de vida en España cuando a Cajal le
dieron el Premio Nobel?». Y no han pasado tantos años, han sido ciento y
poco. Pensad, España acababa de perder los restos del imperio colonial
pero estábamos entrando en el reparto de África, o sea que éramos una
potencia europea de tipo medio, no éramos ni Alemania ni Inglaterra ni
Francia, pero estábamos ahí. No sé si los lectores habrán pensado una
cifra, pero la realidad era 34,9 años. Ahora es superior a 80. Eso es
fruto de las vacunas, la insulina, el agua limpia y los antibióticos, y
muchos otros avances que se han logrado por la experimentación animal.
Para poner a punto la penicilina
murieron bastantes ratones, cientos o miles, quizá. Había que ajustar la
dosis, porque si te pasabas podía ser tóxica y había que controlar
muchas variables. Soy biólogo y amo a los animales, pero creo que hay
una responsabilidad moral de intentar salvar la vida de las personas y
eso requiere hoy por hoy el uso de animales de investigación. Yo, al
menos, pienso que es un precio que hay que pagar. Para mí no vale lo
mismo la vida de un niño que la de una rata. Insisto que hay que hacerlo
con todas las garantías, con los mínimos animales posibles y todas las
calidades en el proceso, pero en mi opinión es algo que se debe hacer.
Decía el doctor López Barneo cuando le entrevistamos
que en Canadá es más fácil conseguir los permisos para la fase de
experimentación con humanos que para la de animales. ¿Podemos llegar a
eso con las restricciones europeas?
Es cada vez más complejo, los
investigadores están preocupados y no estoy seguro de que la sociedad
sepa lo que hay en juego. Insisto en que es necesario hacerlo con la
máxima exigencia. Nosotros cada animal que usamos lo tratamos con todo
el cuidado y lo aprovechamos al máximo. Hay otros investigadores que
utilizan otras partes de cada animal para que en las disecciones no
tenga que usar yo cinco ratones y él otros cinco, sino que los cinco nos
valgan, si es posible, a los dos. Y guardamos otras partes por si de
repente nos las piden.
Hay una estrategia que primero intenta
prohibir la experimentación con animales y, si de momento no funciona,
favorece que sea incómodo, caro, complicado… Pero no hay que olvidar que
de esta manera, realizando investigación y experimentación con
animales, es como ha avanzado la ciencia occidental.
Yo tengo una lista de cada premio nobel y
si usó o no usó animales y qué especies de animales en cada caso,
porque nos lo venden como si usáramos perritos y gatitos y eso no es lo
normal. Lo normal es que usemos moscas, ratones y ratas, eso es lo
habitual. No recuerdo ahora la cifra exacta, pero como en el listado hay
años en los que hay varios premiados, lo mismo de ciento cincuenta
premios nobel de medicina ciento cuarenta y tantos habían usado animales
en su trabajo. Es el camino por el que hemos podido vencer a las
enfermedades o al menos mejorar la calidad de vida de los enfermos. Si
no se hubiesen usado animales para aislar y purificar la insulina, los
diabéticos no tendrían que preocuparse de las inyecciones, estarían
muertos. Yo no me imagino cómo se puede probar la toxicidad de un nuevo
medicamento si no es así. Lo puedes probar en células, ya, pero en el
cerebro, por ejemplo, tenemos una barrera hematoencefálica y ya no es la
misma cantidad si la echas en un cultivo de neuronas que en el propio
animal. Se hace por la seguridad de la gente y no es ningún placer. No
somos sádicos, pero la sociedad debe saber lo que es la investigación
con animales y si quiere que siga avanzando nuestra sanidad.
Dentro de la sociedad se han dado
polémicas parecidas sobre el uso de células madre, otra de tus áreas de
investigación, pero da la impresión de que ya no hay tanto ruido como
hace unos años. ¿Tal vez esto sea porque la sociedad está comprendiendo
la necesidad de estas investigaciones o simplemente porque ya no es un
tema de interés para los medios?
Yo creo que ni la una ni la otra. La
situación se ha resuelto porque cada vez sabemos usar más las células
madre de adultos. Nosotros, por ejemplo, las células madre que
utilizamos son también de ratones, pero de ratones adultos, y esa
estrategia no está afectada por la polémica relacionada con el aborto,
es decir, con el uso de células madre extraídas de un embrión. La otra
parte es que las células madre embrionarias que usa la inmensa mayoría
de la gente son líneas celulares, células que se reproducen desde hace
décadas, con lo cual tú estás cultivando esas y no necesitas un embrión.
Al final no hay debate sobre si es lícito usar un embrión humano que no
se puede implantar porque en la gran mayoría de los casos ya no se
hace.
¿Cómo ves el futuro de la
universidad? ¿Crees que solo se podrá estudiar aquello que acabe siendo
rentable de forma inmediata o quedará sitio para, por ejemplo,
humanidades o ciencia básica?
La universidad es la institución más
exitosa que hay en la historia de las naciones. Existe un dato curioso, y
es que en el año en que se dio la primera vuelta al mundo, cuando Elcano
vuelve, había unas ochenta instituciones que todavía hoy siguen
vigentes, tales como la Iglesia católica o la Corona de Inglaterra, y de
esas ochenta creo que sesenta y tres o sesenta y cuatro eran
universidades. Ninguna otra institución ha demostrado esa capacidad de
supervivencia, de adaptabilidad, de sobrevivir bajo dictaduras, bajo
democracias, bajo monarquías, bajo repúblicas o bajo cualquier sistema y
pese a sufrir muchos altibajos.
A mí me gusta mucho la historia de mi
universidad y en Salamanca hay un momento en el que solo tiene cincuenta
estudiantes. ¿Por qué? Porque los jóvenes están en la guerra
napoleónica. Los nazis cuando quisieron acabar con la inteligencia
polaca cerraron las universidades. ¿Y qué es lo que hacen los
profesores? Pues hay uno que entra a escondidas en la universidad y coge
unos cuantos libros y montan las clases en una serie de domicilios.
Cuando los republicanos españoles estaban en los campos de internamiento
de Argelès-sur-Mer en el sur de Francia, en una playa donde no hay
nada, los que son profesores de universidad se ponen a dar clase. La
universidad, en mi opinión, es indestructible y se adapta en cada
momento a lo que la sociedad le pide.
¿Por qué se funda en Salamanca una
universidad en 1218, hace ocho siglos? En mi opinión, porque es una zona
de frontera, en una loma, y es una forma de fijar gente joven que pueda
coger un arma en un momento determinado. Después, el rey, que está
intentando imponerse sobre los señores feudales, necesita funcionarios,
necesita gente capaz de redactar una ley o de recaudar impuestos y a
esas personas las forma la universidad. Además Salamanca es la que forma
los cuadros de todo un imperio colonial que funciona de forma
espectacular. Vuelvo un poco a lo que decía antes, no hacemos más que
flagelarnos y pensar que somos un desastre como país y no es verdad. A
los pocos años de estar en América Latina estábamos construyendo
catedrales, universidades y hospitales mientras que doscientos años
después en Norteamérica los ingleses decidieron repartir mantas
infectadas con viruela para exterminar a los indígenas. Nos acusan de
atrocidades, en muchos casos con razón, pero en todo hay medidas.
En la generación de nuestros padres,
¿qué es lo que se pedía? Pues en general lo que estaba más demandado
eran las profesiones liberales. Había una especie de contrato no escrito
por el que tú mandabas a tus hijos a la universidad y salían con un
buen puesto de trabajo. Ahora la gente se siente en cierta manera
decepcionada porque cree que hemos roto nuestra parte del contrato. Pero
la universidad se ha democratizado, el número de estudiantes en España
se ha multiplicado por diez, hemos pasado de ciento cincuenta mil a un
millón y medio, con lo cual eso, el buen puesto de trabajo esperándote a
la salida, ya es más difícil. Pero este país es infinitamente mejor
porque su población está más educada.
También pasa lo que decís, el tema de la
proliferación de títulos. Ninguna universidad tiene en estos momentos
garantías sobre su financiación y lo que hace es ir al mercado. Me
acuerdo de hablarlo con los portugueses, que empezaron el proceso antes,
y cuando en España teníamos ochenta titulaciones, ellos tenían
ochocientos títulos de grado y creo que son veintitantas universidades
en Portugal. Y me decían: «Hemos hecho un listado y la palabra que más
se repite es “diseño'”». Había Diseño Ambiental, Diseño Industrial,
Diseño de Hospitales… y simplemente era puro marketing para
intentar captar alumnos con palabras que sonasen atractivas. Creo que
todo esto se tiene que racionalizar, pero las universidades tienen un
papel y un sitio, importante, necesario, para la ciencia básica y para
las humanidades. Soy un defensor de la enseñanza pública y de la sanidad
pública y creo que nuestra universidad, con sus males, que los tiene,
es perfectamente homologable a las universidades de otros países. A mis
hijos los he mandado a la escuela pública y a la universidad pública y
estoy feliz de la formación que han recibido.
Insisto, no es el mundo dorado. Yo lo
llevo muy mal cuando se nos compara con los clubes de fútbol. ¿A qué
coño estamos jugando? ¿A qué universidad se le ha concedido un pelotazo
urbanístico como el de la Ciudad del Bernabéu? A ninguna. ¿Y a qué
universidad le dejan fichar a un profesor a base de talonario? A
ninguna. Pues oye, si nos ponéis a competir dadnos unas reglas de juego
parecidas. La universidad mejora progresivamente y hay cosas de las que
no nos damos cuenta: la calidad investigadora, la evaluación de los
profesores, la internacionalización, la flexibilidad en la gestión…
Ahora ya lo asumimos con normalidad, pero hace unos años la gente se
subía por las paredes con las encuestas de los alumnos, y cuando se
montó el programa Erasmus decían: «¿Pero es que les vas a reconocer la
biología marina por la ingeniería genética?». Pues sí, ¿qué pasa? Esas
cosas las hemos vivido. Pienso que la universidad está cumpliendo su
función con buenos resultados. Otra cosa es, ¿queréis que tengamos
premios nobel? Pues dadnos los medios para hacerlo, y eso implica una
estabilidad presupuestaria para poder planificar con seriedad.
¿Crees en la multidisciplinaridad
dentro de la investigación o prefieres que cada ámbito vaya por su lado?
¿Puede un antropólogo ayudar a un neurocientífico?
Sí, completamente. A mí me resultan muy
interesantes los espacios de frontera. Uno de los problemas que tenemos
en la universidad española es que somos muy estancos. Si tú has empezado
hoy y eres un biólogo celular, como soy yo, y quieres dar un salto a
otro campo resulta enormemente peligroso para tu carrera. En otros
países es todo lo contrario, se anima a llevar a cabo esos cambios
porque saben que son enormemente fructíferos
Deberíamos contar con equipos más
multidisciplinares de los que tenemos ahora y tendríamos que favorecer
mucho más esa movilidad entre los campos de conocimiento. Digamos que yo
llevo treinta años trabajando con neuronas y ahora quiero estudiar el
cáncer, que ya os dije antes que me gustaba. Pues mi universidad tiene
que entender que lo mismo el primer año o los dos primeros años no voy a
poder publicar nada. Pero luego puede que consiga un resultado
excepcional porque voy con una visión totalmente diferente, unas
técnicas distintas y que por tanto puede ser realmente interesante
hacerlo.
¿Tienes la sensación de que en la actualidad no se entiende que alguien pueda querer aprender por el simple placer de hacerlo?
No. Por poneros un ejemplo: doy clases
en la universidad de la experiencia, a la que acude gente mayor que no
tuvo la oportunidad de estudiar. Son los mejores alumnos que he tenido,
de verdad, son encantadores, son cariñosos y si ven que hablo mucho me
dan un caramelo para la garganta. [Ríe]. Están allí porque quieren
aprender y porque en su momento no pudieron. Es gente a la que lo mismo
les pilló la posguerra y tuvieron que ponerse a trabajar con doce años, y
estar con alguien cuyo único afán es aprender es una maravilla.
Las universidades tenemos que olvidarnos
del alumno tipo de dieciocho a veintidós años, y hay que saber que hay
alumnos que vuelven para reciclarse, alumnos que deciden emprender una
nueva carrera, alumnos cercanos o posteriores a la jubilación… Esto es
un sistema de educación superior y eso no tiene por qué dirigirse a una
edad determinada. Es posible querer aprender por placer.
Una de las líneas básicas de tu
programa como rector incluía de forma relevante la digitalización de las
aulas. ¿Nos vamos a una educación no presencial o seguiremos
necesitando ir a clase?
Yo creo que esta es otra dicotomía
irreal, que las dos cosas son necesarias. Por ejemplo, Salamanca tiene
mucho nombre en América Latina y hay mucha gente que querría estudiar
aquí, pero es un sacrificio terrible venir a Europa tres o cuatro años
dejando, en ocasiones, a tu familia y tu trabajo. Entonces, ¿qué podemos
hacer? Pues una formación a distancia completada con períodos de
formación presencial.
Antes de ayer charlaba con una persona
que había hecho una formación en la Open University y estaba encantada
con cómo había funcionado todo. Hay cosas para las que necesitas un
contacto personal y hay otras cosas que a distancia funcionan muy bien.
Por eso creo que ambas cosas no son opuestas ni hay que elegir entre una
u otra. Creo que el mundo digital abre enormes posibilidades a las
universidades. Lo estamos viviendo ahora mismo, un buen ejemplo son los
cursos MOOC. Me acuerdo que cuando las universidades más potentes del
mundo empezaron a hacerlo, en las universidad española no lo entendía
nadie: «¿Cómo? ¿Qué hacen un curso y además gratuito?». Pero ahora nos
hemos dado cuenta de que es un sistema con unas grandes posibilidades de
atracción de estudiantes, de posicionamiento global. Estamos viviendo
una revolución y las universidades forman parte de ella. Están cambiando
y cambian para mejor.
Además de la innovación tecnológica
en las aulas, parece claro que hace falta una reforma educativa desde
los propios cimientos y a todos los niveles. Todo el mundo habla del
sistema finlandés y en general de los sistemas educativos nórdicos como
ejemplos a seguir. ¿Podemos aspirar a esos sistemas o no se pueden
comparar las situaciones a nivel sociocultural?
Pues hay cosas que son difíciles de
trasplantar, pero tengo claro que podemos mejorar muchísimo. Hay que
apostar tanto por el profesorado como por la formación del mismo. Soy
muy crítico con las oposiciones y con que sigamos en un sistema donde
para conseguir una plaza de profesor es necesario memorizar un temario. A
estas alturas un esfuerzo memorístico no tiene sentido. Lo que
tendríamos que pensar es cómo conseguir profesores que potencien a los
chavales y que les hagan desear aprender, que les hagan leer, que les
hagan que estudien por placer, que en verano hagan experimentos. Querría
un sistema que seleccionase profesores capaces de hacer eso y no de
memorizarse el código penal. Pongo otro ejemplo: en el siglo XX muchos
de los mejores profesores que tuvo la universidad habían sido antes
profesores de instituto, de secundaria, eso está cerrado en nuestro
país, es imposible ahora. No tenemos que inventar la rueda, en muchos
casos lo único que hay que hacer es reevaluar los sistemas. Hacen falta
incentivos y no todo se arregla con dinero, pero sí que es necesario
invertir en la educación.
Si tenemos diecisiete comunidades
autónomas en este país y en las evaluaciones cada una de ellas destaca
en algunos aspectos yo buscaría, por ejemplo, cuáles son las tres
mejores en cada tema significativo. Que estas tres se lo cuenten a todas
las demás y que su sistema se implante bajo consenso en las diecisiete
comunidades autónomas. No estamos hablando de Finlandia, que en el
invierno tienen mucho frío y tienen pocos emigrantes y todas esas pegas
que ponemos. Estamos hablando de este país, donde hay quien consigue
mejores resultados con medios similares a los demás, profesores
similares a los demás y una sociedad similar. Lo que es evidente es que
se pueden mejorar las cosas, así que preguntemos a quienes lo están
haciendo bien.
¿Y pensar en una educación que no esté politizada es una utopía?
No, no lo creo. Lo que más conozco es la
universidad y pienso que internamente, a nivel de funcionamiento, está
muy poco politizada. Otra cosa es que la autonomía universitaria es una
entelequia porque dependes totalmente de la financiación de la comunidad
autónoma. Si tú tienes a un rector que está enfrentado al presidente de
su comunidad, como ha habido casos, corres el riesgo de que esa
universidad lo pase mal o, incluso, que el poder político decida apoyar
la fundación de otra universidad. Y no hay mucho margen, porque no hay
ninguna universidad que tenga recursos propios suficientes. Y entre las
universidades privadas, hay que decirlo con claridad, hay pocas que den
la talla. Por otra parte, las universidades a menudo somos poco
exigentes con nosotros mismos. Uno de los dramas de la universidad es
que gana lo mismo quien trabaja que quien no trabaja, y no hacemos nada
por remediarlo.
Otro de los males de la universidad es
la impunidad. El sistema es garantista con los funcionarios, lo cual nos
alegra mucho a todos los funcionarios, a los servidores públicos,
porque nos evita estar a merced de los cambios de gobierno. Pero es tan
garantista que hay quien aprovecha esas salvaguardas para avergonzarnos a
todos los demás. Tendríamos que ser nosotros mismos los que dijésemos:
«Este señor no puede seguir aquí, no debe seguir aquí». Creo que todos
conocemos casos en nuestras universidades que no deberían estar allí ni
un día más y, en cambio, ahí siguen.
Demasiadas veces adjudicamos la
responsabilidad a los de fuera: no nos dan el dinero que necesitamos
para investigar, no sacan más plazas… Esto no va a ser muy popular entre
mis compañeros, pero creo que, aunque tenemos la queja real y
justificada de la reducción de fondos para investigación, hay poca gente
que esté yendo a buscar financiación europea, a explorar nuevos
ámbitos. ¿Por qué? Porque es difícil, porque no sabemos, porque nos
cuesta… Es difícil, pero en estos momentos es el camino. A veces la
gente obtiene los proyectos regionales, que les da para sus pequeñas
cositas, para cambiar el ordenador o para ir a un congreso, y se
conforma. La situación actual es mucho más compleja y mucho más difícil.
Deberíamos estar esforzándonos todos en conseguir esos fondos y no lo
estamos haciendo.
Has pasado de ser investigador a
ocupar durante mucho tiempo un cargo administrativo y
ahora eres
director de políticas culturales en Castilla y León. ¿Cuál es tu
percepción desde la Administración? ¿Se pueden mejorar las cosas? ¿De
qué logros te sientes orgulloso en estos cuatro años?
Es evidente que se pueden mejorar las
cosas. A mí me gusta la gestión, cosa que a otros compañeros les parece
el peor castigo. Yo digo que la gestión es también un ámbito de
creatividad y de servicio público. Hay veces que pienso que esto debería
ser como las comunidades de vecinos, que todo el mundo debería pasar
por una administración general porque así se quejarían menos y serían
más comprensivos. [Ríe] Aunque sinceramente, sé que no es factible.
¿Me preguntas de qué estoy orgulloso? No
sé si es mala suerte o es para lo que yo valgo, pero a mí siempre me
han tocado los tiempos peores. Cuando llegué al rectorado de la
universidad tenía un montón de ilusiones, pero lo que me encontré es que
no había dinero para pagar la nómina de noviembre, lo cual es terrible.
Uno puede aguantar muchas cosas, pero lo que no se puede es no pagar
las nóminas a los compañeros. Ni hablar.
Aquí ha sido un poco lo mismo: he
llegado a la administración autonómica en plena crisis, con unos
presupuestos que se han, no sé si la palabra es derrumbado, pero que se
han reducido mucho. ¿Y de qué estoy orgulloso? De los servidores
públicos. Defiendo que el funcionariado, tan aperreado, es un
patrimonio, es una de las riquezas de este país. Muchas de las cosas que
antes se encargaban externamente ahora las hemos hecho nosotros con
nuestra gente. Tenemos un personal excelente y, a pesar de que nos han
reducido el sueldo, de que no hay posibilidades de promoción, etc. la
gran mayoría se ha dejado la piel.
Estos años he tratado de llevar a la
práctica lo que proponía antes respecto a la educación y las comunidades
autónomas. En Castilla y León somos nueve provincias y tenemos nueve
bibliotecas provinciales. Entonces me he fijado en quiénes son las tres
mejores en seis ámbitos diferentes, por ejemplo en la actividad social
de la biblioteca. Había varias que no hacían nada en este ámbito, pero
había otras que tenían clubes de lectura en la cárcel, pequeñas
bibliotecas que intercambiaban en los hospitales, voluntarios para ir a
leer a enfermos, sistemas de libros de letra grande para residencias de
mayores. Estas bibliotecas tenían personal, fondos y presupuestos
similares a las demás, así que consideramos que éstas serían las que
diesen las pautas y las otras tendrían que hacer algo parecido. El
efecto fue multiplicador.
Teníamos muy poco dinero para actividad
cultural pero había bibliotecas que organizaban conciertos, así que
reuníamos a sus gestores con los de las demás con las otras y así les
contaban a sus compañeros cómo eran capaces de hacerlo. Y era muy
sencillo: hablaban con el conservatorio que hay en todas las capitales
de provincia y, como los alumnos de último curso estaban deseando tener
la oportunidad de dar un concierto, aceptaban entusiasmados. En
realidad, era tan fácil como poner unas sillas en el patio o en una
sala, organizarlo, difundirlo y salía adelante. El resultado es que, con
menos presupuesto del que ha habido nunca, triplicamos el número de
actividades. Es una gozada y las bibliotecas, en estos momentos de
crisis, han sido un oasis para muchas personas. El que no tiene dinero
para pagarse internet en su casa, va a la biblioteca a leer el correo
electrónico; el que no tiene dinero para comprarse Jot Down, va a la biblioteca a leer Jot Down.
Y creo que ese camino todavía puede dar mucho más de sí, que las
bibliotecas, por ejemplo, podrían ser ahora centros de encuentro de
emprendedores. Porque normalmente el emprendedor lo primero que necesita
es información y el lugar clave de la información es la biblioteca.
Siempre he pensado que deberíamos tener una sala vacía en cada
biblioteca para que se reúna la gente que tiene proyectos y hablen entre
sí.
Todas esas dinámicas son la parte de la que más orgulloso me siento.
¿Te tomas tu labor de divulgador como una afición o como parte de tu trabajo?
Tendría que pensarlo, fíjate. Le dedico
mucho tiempo, iba a decir casi todo mi tiempo libre. Y de una forma
metódica. Al mismo tiempo lo disfruto mucho, pero también disfruto mucho
mi trabajo. Me resulta muy difícil separarlo porque mi trabajo siempre
ha sido mi afición y le he echado muchas horas, no porque me obligase
nadie ni por ambición, sino porque es lo que me gusta. Todos mis amigos
saben que si algún día me toca la lotería seguiré yendo al laboratorio,
iré a clase igual que ahora, porque no me imagino nada que me guste más
que lo que hago. Como con el puesto político no podía ir todos los días
al laboratorio, la divulgación me sirvió como una forma de mantener el
cordón umbilical, me obligó a seguir leyendo, a seguir estudiando.
Pensaba: «Si voy escribiendo, aprenderé cosas para dar mejores clases».
Luego ha resultado ser un descubrimiento de gente excepcional, cargada
de entusiasmo y de ideas, un ámbito con el que estoy feliz.
Investigadores como Juan José Gómez
Cadenas han comentado que en alguna ocasión han recibido críticas por
dedicar tiempo a la divulgación en vez de utilizarlo para investigar,
que es lo importante. ¿Tú te has encontrado con esta situación?
No, no he recibido esta clase de
críticas. Quizás porque ya soy mayor que otros y tengo una trayectoria
detrás. El problema es que, hace tiempo, la divulgación tenía mala fama,
como que eras un diletante y no te dedicabas a lo importante, que era
publicar en revistas internacionales de alto índice de impacto. Yo esa
parte la he hecho, he admitido que esas eran las reglas y he jugado a
ese juego. Ahora tengo ciento cincuenta artículos publicados en revistas
internacionales de buen índice de impacto y cinco tramos de
investigación, con lo cual creo que no soy criticable en ese aspecto. Y
en cambio veo que hay necesidad de llevar la ciencia de vuelta a la
cultura, de que tengamos un mejor nivel científico medio en este país,
eso que decía Sagan de que vivimos en un mundo dependiente de la
ciencia y la tecnología pero en el que apenas nadie sabe de estos temas y
eso es la receta para el desastre. Aquí veo que hay todo un camino por
recorrer y creo que se lo debemos a la sociedad. El tema que hablábamos
antes del autismo, por ejemplo, es algo que podemos y debemos hacer. Y
es algo que yo en este momento estoy disfrutando mucho.
Pero al mismo tiempo no he abandonado la
investigación, e incluso ahora he seguido publicando. Publico mucho
menos, lógicamente, y además cuento con la colaboración de mis
compañeros. No tengo ningún artículo de primer autor en los últimos
años, lo cual es lógico porque yo no he estado en el laboratorio con mis
manos, y tampoco de último autor, el lugar habitual en mi campo para el
director del grupo, pero he participado en algunos artículos,
diseñando, corrigiendo, escribiendo. Mi idea es seguir con la
investigación, no sé como llamarla, ¿reglada?, pero también seguir con
la divulgación.
¿Cómo podemos hacer comprender a la
gente que las vacunas son necesarias? ¿Un caso como el que ha sucedido
puede servir para evitar cientos de casos más adelante?
Desgraciadamente creo que es así. Lo
primero que tenemos que hacer es escuchar. A veces, ante argumentos
antivacunas, reaccionamos sacudiendo o calificando peyorativamente a sus
defensores y no es el camino.
En Estados Unidos trabajé en el
Instituto Salk, el que fundó el que logró la vacuna contra la polio. La
gente de allí recuerda el día que se hizo pública la vacuna tan bien
como el día que mataron a Kennedy: saben dónde estaban en ese
momento. El ensayo clínico de la vacuna fue el mayor experimento de la
historia, participaron un millón ochocientos mil niños y todos los
medios de comunicación estaban pendientes. Cuando los investigadores
llegaron a la rueda de prensa llevaban una cosa muy preparada, con un
montón de folios, pero al poco de empezar a hablar toda la prensa se
marchó a la carrera para agarrar un teléfono. Solo querían una palabra,
que fue la que mandaron por los teletipos: «Funciona». En el Instituto
Salk, el Día de la Vacuna sacábamos los pulmones de acero a la calle
para que la gente los viera, para que todos se acordasen de que antes de
la vacuna muchas personas morían o tenían que estar metidas dentro de
esos tubos metálicos día y noche porque no podían respirar, porque se
asfixiaban a causa de esa enfermedad.
Sin embargo, aquí se nos ha olvidado.
Antes, la viruela mataba a uno de cada doce niños. En las inclusas de
Madrid y en los orfanatos morían tres de cada cuatro. En la época de
nuestros abuelos y bisabuelos morían decenas de miles de niños. Y se nos
ha olvidado. Primero necesitamos cultura científica, necesitamos que la
gente sepa de esto. Lo de la difteria ha sido como un aldabonazo, esa
familia tenía a su hijo sin vacunar porque le parecía más «natural»,
porque algún ignorante se lo había recomendado. Ahora mucha gente se ha
dado cuenta de que está poniendo en peligro la vida de sus hijos. Y
nosotros lo que tenemos que hacer es que esto no termine aquí, hay que
hablar y explicar qué son las vacunas, cómo funcionan, qué controles
tienen… con respeto, con educación, con claridad y también con
contundencia.
En estos momentos, la principal
herramienta de la gente para buscar información sobre salud es internet.
Por eso hay que estar ahí. Y lo que decía antes, tenemos que conseguir
ser una comunidad, tener una voz, tener portavoces. Yo soy optimista.
Cada vez hay más gente haciendo divulgación didáctica y seria. Veo
alrededor gente joven que serán magníficos investigadores y grandes
divulgadores, que estarán ahí. Pero aún nos faltan esas grandes figuras,
como Neil deGrasse Tyson que a mí me encanta. Necesitamos alguien así. ¿Y por qué no? Yo lo veo perfectamente factible.
¿Cómo conseguimos motivar a estos
jóvenes investigadores que tienen la sensación de estar metiéndose en un
foso en el que van a ser mileuristas o van a ser puteados y les van a
obligar a irse?
Tengo un amigo profesor que dice que hay
que decirles lo contrario: «Si puedes evitarlo, no te metas en la
investigación». Porque quien se meta tiene que hacerlo porque no puede
imaginarse haciendo otra cosa, tiene que pelear por llegar ahí, tiene
que ser investigador las veinticuatro horas del día. En parte es así. A
ver, esto no es la Legión Extranjera, pero el que quiera tiene que venir
de forma voluntaria y con muchas ganas, porque si no no funciona. Debe
saber que no es fácil, que es un camino largo y lleno de piedras. Otra
cosa es que tengamos que darles un horizonte, darles unas reglas de
juego y abrirles un futuro independientemente de toda la exigencia que
se les pida.
Cuando participo en evaluaciones se me
cae el alma a los pies. Soy catedrático, y creo que cuando saqué la
cátedra era el catedrático más joven que había en España en ese momento,
pero algunos de estos jóvenes doctores que se presentan a una plaza
Ramón y Cajal o a un Juan de la Cierva tienen mejor currículum que el de
muchos profesores. Algunos publican donde yo no he publicado. Creo que
este país no se puede permitir el lujo de perder a personas tan
preparadas. El problema es que el sistema no puede crecer continuamente,
al menos el sistema público. A mí me parece que cualquier trabajo
honesto es bueno, pero necesitamos que, de alguna manera, esta gente
tenga opciones. No tenemos satisfechas las necesidades: necesitamos
profesores, necesitamos investigadores, necesitemos gente que escriba…
Lo estamos viendo a nuestro alrededor, surgen proyectos, magníficos
proyectos, porque hay gente que los saca adelante, y el futuro del país
está ahí.
Hay cosas que nos faltan, como el salto
de las pymes a empresas de cierto tamaño. Está claro que una pyme no
puede hacer investigación, pero no sé por qué no conseguimos que las
empresas crezcan. Conseguimos que se creen, conseguimos que algunas de
las que se crean sobrevivan, pero no crecen. O ¿por qué no hacemos
investigación con alianzas de pymes? ¿Alguna vez ha ido un investigador
por el polígono de su ciudad para hablar con aquellas empresas y ver qué
necesitan? En definitiva, lo que tenemos que conseguir es que los que
realmente tengan esa vocación y lo demuestren con resultados, obtengan
algo a cambio. Nos interesa que se queden aquí. Y tenemos que encontrar
sistemas para los que han conseguido una plaza definitiva no se
apoltronen, sigan haciendo cosas en cantidad y calidad adecuada.
Estás con Principia en pleno crowdfunding
para sacar el número 0 en papel y los resultados están siendo muy
buenos. ¿Cómo le explicas a un potencial comprador que pague veinticinco
euros por una revista de divulgación?
Bueno, el mérito no es mío en absoluto, sino del gran equipo que hay detrás de esta iniciativa: Enrique Royuela, Cristina Escandón, Bernardo Herradón
y otros muchos. También voy a decirte una cosa que puede ser
políticamente incorrecta, pero es que yo en cualquier charco que me
ofertan normalmente me tiro. Además, creo que hay demanda para una buena
divulgación, para una buena oferta cultural. De eso también sois prueba
vosotros. Por otro lado, hay una especie de solidaridad en la gente.
Aquí no pagas la revista, porque cuesta menos, aquí pagas para que un
proyecto nazca.
Tengo un amigo que me contaba que había participado en el crowdfunding
de una película y decía: «Ahora, cuando me preguntan que a qué me
dedico, digo que produzco películas». [Ríe] Pienso que es un poco una
cuestión de mentalidad, de compromiso. Queremos sumar y queremos que
surjan iniciativas, en el proceso la lógica darwinista hará que unas
sobrevivan y crezcan y que otras desaparezcan. Al menos a mí me apetece
que este proyecto nazca y si puedo ayudar lo voy a hacer. Y lo pienso
hacer con cualquier proyecto similar en el que me pidan que eche una
mano. Por lo que os digo: es clave, estamos creando tejido y esta tropa
—un grupo de científicos, informáticos, ilustradores y diseñadores
jóvenes que deciden hacer una revista— construyen el país en el que yo
quiero vivir. Quizá muchas de estas iniciativas desaparezcan, pero las
personas no desaparecen, se reagrupan, se mantienen en contacto… este
grupo hace otra cosa y se une a este otro que hace otra. Aprenden de los
errores y mejoran. Eso es clave para este país y son los veinticinco
euros mejor empleados que he visto jamás.
¿Crees que tiene futuro la
divulgación en papel? A veces ciertas publicaciones llegan a poner a una
chica en bañador en la portada o a hablar de reiki para trabajar las
ventas.
Bueno, no soy un experto, pero creo que
hay un público y que a ese público hay que hacerle ofertas de calidad. A
mí, desde luego, si alguien me viene con pseudociencia o con famosetes
en la portada no va a conseguir que sea su público.
Soy lector de papel: de libro, de revista y de periódico pero, evidentemente, también leo mucho digital. A mí me encanta New Scientist, que es una revista inglesa. Y me encanta National Geographic.
Tengo toda una estantería para esta revista porque cuando iba a Estados
Unidos me iba comprando las de los años anteriores que no tenía. Ahora
me arrepiento: «Joder, si es que me las tenía que haber comprado en
digital y no tener aquí toda una estantería llena de cuadernitos
amarillos».
Conozco poco sobre el modelo de negocio. De hecho, los de Principia
saben que yo era escéptico, y por esa razón jamás seré rico, porque no
auguraba ese éxito. Y lo digo como una buena noticia y encantado de
haberme equivocado. También sé que lo más complicado viene ahora porque
lo difícil no es sacar el número uno sino sacar el número cuatro, y eso
creo que lo tenemos claro todos. Pero sí pienso, y hoy lo decía en la
charla, en el nacimiento de una creatividad. Creatividad que,
curiosamente, va a menudo asociada a las crisis. Las crisis a nivel
literario siempre han producido obras importantes.
¿Qué libro le recomendarías a alguien que quiere empezar a leer divulgación científica?
¿Aparte de los míos quieres decir? [Ríe] Tengo un artículo escrito sobre eso en El Ciervo donde me pidieron diez recomendaciones. A ver, hay autores que me gustan mucho. Me encanta Lewis Thomas,
que es muy poco conocido y para mí es un modelo a seguir. Escribe como a
mí me gustaría escribir, cosas cortas y rigurosas sobre ciencia pero
con un toque poético. Me gusta Stephen Jay Gould, pero me gusta menos que Thomas. Me gusta Sagan, me gusta Asimov, y también me gusta mucha gente que sigo aunque luego sus libros no tengan un recorrido enorme. Vilayanur Ramachandran me gusta también. Peter Brian Medawar
me gusta. Cajal me gusta mucho. Como ves, prefiero proponer autores
clásicos, de hace unos años, que las últimas novedades donde también hay
cosas excepcionales.
¿Y un título concreto?
Yo le daría una oportunidad a Lewis
Thomas. Tiene unos cuantos libros traducidos al español. Si no tienes
dinero, seguro que en el mercado de segunda mano se encuentran muy
baratos. Por ejemplo, Las vidas de la célula, La ciencia más joven: notas de un observador de la medicina, que es apasionante o Reflexiones nocturnas escuchando la Novena Sinfonía de Mahler.
Es genial ese maridaje que haces en Neurozapping donde nos acercas conceptos científicos a través de algo tan cotidiano como una serie de televisión.
Sí, surge también por el tema del
autismo. Esos artículos que os comentaba antes, que los escribo
traduciéndolos del inglés al español y haciendo un resumen sencillito y
comprensible par cualquiera, los usa la web autismodiario.org.
Es una web con unas audiencias muy altas porque la siguen mucho las
familias en todo el ámbito hispanohablante. Un día, el editor, con quien
me llevo muy bien, me dice: «Si te fijas en tu entrada, debajo hay un
numerito que, aunque no lo ponga con claridad, es el contador». Así que
miro y en aquel momento llevaba quinientas cuarenta mil lecturas de un
solo post y miles de «me gusta» en las redes. No me lo podía creer. El post
concreto trataba sobre Sheldon Cooper y el síndrome de Asperger. Fue
entonces cuando me di cuenta de la fuerza de esa conexión con la
televisión. Claro, supongo que llegaron todos a los que les interesaba
Sheldon Cooper y todos a los que les interesaba el autismo. Me
escribieron unos cuantos padres dándome las gracias porque decían que
les costaba mucho explicar la situación de su hijo y que eso les había
ayudado. Que, a pesar de todas sus particularidades, Sheldon Cooper es
alguien que tiene trabajo —cosa que solo tiene el 10% de las personas
con autismo—, que es querido por sus compañeros, que le respetan y
asumen sus peculiaridades. Me pareció una forma sorprendente de llegar a
la gente y decidí hacerlo con otros personajes que pueden actuar
también de gancho. Así fue un poco la historia de ese libro.
¿Crees que en general el autismo y el asperger han salido mal retratados en el cine y la televisión?
Sí. Hay una cosa que no soporto en Rain Man. En un momento determinado, al final de la película, el protagonista, Dustin Hoffman,
sonríe. Eso no lo aguanto porque parece que ha estado fingiendo todo el
tiempo, riéndose de todos y eso no es así. Con Sheldon algunas veces
hay un poquito de trampa también, porque cuentan cosas que una persona
con asperger no hace normalmente, no se ponen en lo que el otro está
pasando, no tienen teoría de la mente, que es entender lo que el otro
está sintiendo o pensando en esos momentos, pero hay muchas cosas que
las clava y eso es útil para muchas personas.
Hace poco he visto un documental que me
ha gustado mucho; es sobre un chaval con autismo y su hermano y el viaje
que hacen en tándem hasta Marruecos. El autor es Juan Rayos y es
un caso real con situaciones reales. Creo que no deberíamos tener
versiones edulcoradas del autismo, contémoslo con su realidad, su
crudeza, su apasionamiento, su verdad.
Por otra parte, en general las personas
con autismo tienen cosas que te hacen pensar. No saben mentir, por
ejemplo. Entienden las cosas de forma literal, no comprenden que alguien
diga algo distinto a lo que piensa. Cuando tratas un poco con ellos te
das cuenta de que tienen como una inocencia mágica. Me resulta difícil
explicarlo, pero me gustaría que también se valorase ese contraste entre
nuestra mentalidad y la suya, no simplificarlo en que las personas con
autismo son una versión estropeada de nosotros. En algunos aspectos nos
pueden hacer reflexionar sobre quiénes somos y comprobar que a veces son
mejores que nosotros.
Fotografía: Jorge Quiñoa